Cada otoño, y este no constituye una excepción, los 154 kilómetros del Tambre parecen hincharse. Es un río que, además, de vez en cuando se permite el lujo de desbordarse para mostrar su poderío, y estos días son una buena muestra aunque en niveles moderados. Por Ponte Maceira corre rápido, muy rápido, y, aunque no ha hecho barbaridades semejantes a las del pasado (como por ejemplo inundar el restaurante, que por cierto ahora tiene nuevos dueños), pues? ben lle chega.
Son estas las tierras de Negreira y Ames, provincia de A Coruña. Son también las de Pancho Vello. No porque pertenezcan a este respetado, irónico y hoy jubilado líder sindical agrario (¿para cuándo una biografía suya y, por qué no, un libro sobre los movimientos sindicales y sociales del campo en esa zona incluso en la época no democrática?). No, no le pertenecen en absoluto, pero desde su casa con su amago de torre cada mañana al levantarse domina y posee visualmente el territorio.
Son tierras también de Mita, que desde la Agencia de Extensión Agraria de Negreira se pateó todo el territorio en los duros años setenta, animando sin descanso a las mujeres a que salieran de la oscuridad y plantasen cara a la vida, un trabajo arduo el de aquella funcionaria que explica por qué su homenaje tras la jubilación fue un completo éxito el jueves pasado.
Son las de Porto Maceira tierras, en fin, de soñadores en un futuro mejor, como el retranqueiro poeta Ardeiro, ya fallecido y cuyo lenguaje lleno de cultismos y de viejas palabras gallegas, admiraba a propios y extraños. De María y Joaquín, de Mari Rosi, de Genoveva, de Cruz, del infatigable Antonio Campos, de Manolo L. Tuñas y de Luz, y de tantos otros que acudían, siempre, a Ponte Maceira a ver el espectáculo de las aguas desbordadas. Como ahora mismo, que prácticamente ocultan el ancho caneiro que con su forma de arco une ambas orillas.
También son tierras jacobeas, porque por este puente huían los discípulos del apóstol Santiago mientras los malos los perseguían. Y como los designios del Señor son inescrutables, el puente se vino abajo cuando pasaban los segundos, y salvaban así su pellejo los primeros. Quizás por eso la obra actual visible de romana no tenga mucho -si es que tiene algo- a pesar del díxome díxome popular, que atribuye tantas cosas, dichos, hechos y milagros a los romanos como a los mouros. De eso sabe mucho el historiador local Amancio Liñares, el hombre que ha escudriñado el pasado de toda esa zona.
Ponte Maceira sigue ahí, resistiendo los embates. Impecable el entorno, activo el restaurante, fugaz visitante el Tambre. Porque, todo hay que decirlo, en esta película ni el ladrillo, ni el cemento ni el feísmo tienen papel alguno. Por suerte, claro
Un alto en el Camino a Fisterra