No en el anunciado olor de multitudes, pero sí arropado por decenas de miles de fieles, Benedicto XVI situó ayer a Galicia en el centro del Viejo Continente durante las casi ocho horas que permaneció en la comunidad. Emulando a su antecesor en el cargo, Juan Pablo II, el actual obispo de Roma erigió a Compostela, junto a su Camino, en altavoz del europeísmo y la revitalización de los valores cristianos que él con tanta vehemencia suele propugnar. Esquivó a la lluvia y a las nieblas burló. Arribó en un vuelo dentro del cual había lamentado el «anticlericalismo nacido en España», hilvanando un discurso de tono diametralmente opuesto al que luego, ya en tierra, construiría. A bordo de un papamóvil para muchos demasiado veloz, a diestra y siniestra entró en Santiago saludando, sonriendo. Cosechó vítores y ovaciones. Y, siempre que habló, lo hizo parcialmente en gallego. Sin estridencias recibió a la derecha y a la izquierda políticas, como sin incidencias también transcurrió en general su visita, la tercera de un pontífice a la capital gallega desde 1982.
Amaneció el 6-N húmedo y frío, en una ciudad tomada por la policía que a las ocho, en contraposición con las expectativas oficiales, todavía estaba desperezándose algo desangelada, huérfana de las retenciones circulatorias que las autoridades habían dicho temer y con las áreas de estacionamiento habilitadas para la ocasión semivacías. A lo largo de las jornadas previas, tanto los organizadores de la cita, el Arzobispado de Santiago, como las Administraciones central, autonómica y local habían convenido en elevar a 200.000, residentes al margen, los fieles aguardados.
Ayer, en cambio, el Gobierno español eludió cifrar la concurrencia efectivamente lograda, mientras que la Iglesia, por boca del coordinador general del evento, Salvador Domato, declinó estimarla anoche, aduciendo que «sinceramente» lo ignoraba. Arguyendo que a él no le competía, tampoco el presidente de la Xunta, instado a pronunciarse al respecto, se avino a ello. «Yo no me atrevo a dar un número», esquivó igualmente la pregunta el alcalde, Xosé A. Sánchez Bugallo. El único dato divulgado sobre la participación son las 14.000 almas que se reunieron en las plazas del Obradoiro y A Quintana, amén del interior de la catedral.
Cuatro encuentros privados
A lo largo del sábado, Joseph Ratzinger mantuvo cuatro encuentros privados con seis personalidades: uno, concertado el jueves, con el vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE), y el nuncio apostólico en Madrid, Renzo Fratini, y otro, apalabrado prácticamente sobre la marcha, con el jefe del Ejecutivo gallego, Alberto Núñez Feijoo (PP), así como dos más que ya figuraban en el programa.
En el primero de estos últimos, «cordial y afectuoso», según la Casa Real, participaron los Príncipes de Asturias y tuvo lugar en Lavacolla, instantes después de que Felipe de Borbón hubiese agradecido en público a su interlocutor el «afecto» que profesa hacia España. En el segundo, más breve y celebrado justo antes de partir del casco histórico de regreso a la terminal, estrechó la mano del líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, horas antes de hacer lo propio, hoy en Barcelona, con las del presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, quien ayer sorprendió visitando en Afganistán a las tropas que Defensa tiene allí desplegadas.
En el corazón de Compostela, almuerzo y reposo al margen, el Papa exhortó desde la catedral a los católicos del país a continuar cofinanciando labores humanitarias y de caridad. Asimismo, regaló afectuosas palabras a los 700 enfermos, niños, ancianos y religiosos que lo esperaban dentro del templo, a la par que arrancó aplausos a los millares presentes en A Quintana y el Obradoiro; los más sonoros, cuando exclamó: «Moitas gracias».
Emotiva eucaristía
Además, tras comer con un centenar de cardenales y obispos un menú a base de productos típicos de Galicia preparados al modo tradicional, frente a la basílica presidió el acto central del viaje: una macroeucaristía emotiva, de profundo mensaje pastoral y solemne. Quienes la presenciaron in situ salieron del recinto maravillados con una propuesta musical rayana en lo delicioso, tanto en lo coral como en lo instrumental. Claro que para lograr una silla con vistas al altar hubo quien pasó hasta doce horas al raso haciendo cola, más otras nueve sentado. Abierto a las ocho, a las nueve y media el recinto ya se había llenado.